Saturday, June 13, 2009

Para Despedir A Un Imprescindible

“Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.

Bertolt Brecht
Hay episodios inéditos de la lucha clandestina contra la dictadura, que no han sido narrados aún por sus protagonistas. En algunos casos los participantes directos nunca podrán hacerlo porque ya no están, los sicarios del gobierno militar los hicieron desaparecer o los asesinaron vilmente a plena luz del día; o como consecuencia de enfermedades y el inexorable paso de los años ya se han ido para siempre de este mundo. Sin embargo todavía quedan otros, que en su condición de actores o testigos si pueden contar y documentar los hechos.
Después de enterarme, a través de la publicación digital PiensaChile.com, del fallecimiento de Vicente García Pincheira, considere que era un deber moral y un acto de lealtad a su memoria, agregar detalles desconocidos de la vida de este combatiente socialista revolucionario.
Compartí con Ramón, su nombre político, una etapa de la lucha clandestina antidictatorial que no se menciona en los discursos de despedida.
La gigantesca tarea de reconstruir desde las ruinas el Partido Socialista de Chile (PSCH), comenzó inmediatamente después de la heroica resistencia del Presidente mártir Salvador Allende y de un grupo de combatientes en La Moneda.
En aquellos días, sólo los manuales hablaban de repliegue organizado, mas la implacable realidad mostraba un panorama de desbande general. El pánico había calado hondo hasta en los más concientes y la mayoría lo único que pensaba era en irse del país, mientras otros querían olvidarse de todo. Escasos, muy escasos se pusieron los militantes en esos aciagos días.
Mi encuentro con Ramón fue afortunado y casual, y de produce a mediados de Diciembre de 1973 mientras caminaba solo hacia el centro de la ciudad. Nos conocíamos de antes y yo sabia que era dirigente provincial de la Central Única de Trabajadores. Mientras caminábamos conversamos de muchas cosas saltando de un tema a otro. Me contó que había estado detenido en la Base Naval de Talcahuano y que recién venia recuperando su libertad.
No recuerdo con exactitud cuanto caminamos, pero fue al instante de despedirnos cuando, con ciertas dudas, le pregunté que pensaba hacer. Me miró con seriedad y antes de decir nada, movió varias veces la cabeza. La interrogante, sin dudas, lo había sorprendido.
Hay que ponerse a trabajar!, dijo luego de un breve silencio. Le estire la mano y nos despedimos con el compromiso de volvernos a ver.
En nuestro segundo encuentro le informé que Alejandro y Mauro, habían tomado en sus manos la reorganización del partido y que se diera de inmediato por integrado.
No dudamos un instante de su palabra, pues su honestidad y decisión era las cualidades propias de los militantes proletarios. Para esa nueva fase de la lucha, que apenas comenzaba, se requerían hombres y mujeres consecuentes, audaces, dispuestos y resueltos como él.
Nos reunimos en vísperas de Navidad, por primera vez los tres, en la casa de un obrero que vivía en el Barrio Norte. Conversamos largo, analizamos la situación que se vivía, hicimos un recuento de los que quedaban y acordamos lo que haríamos inicialmente. Esa noche quedó constituida una incipiente dirección política y sellamos con un abrazo el compromiso de llevar adelante la ardua labor de reorganización.
Alejandro, Mauro y Ramón integraron la primera Dirección Regional clandestina del PSCH en Concepción. Alejandro corresponde al nombre político de Juan González, ex-Secretario Regional de la JS, quien a mediados de 1974, para aminorar el asedio represivo, seria sacado de la provincia y enviado a Santiago.
Decir que fue un “destacado dirigente sindical”, “un ejemplo de luchador social” y “un socialista de calidad” se ajusta a la verdad, pero es enteramente insuficiente para describir lo esencial de su pensamiento y acción revolucionaria.
Es necesario señalar que fue parte de una generación de socialistas que desarrollan su acción política, en la etapa más arriesgada y dura de la lucha antidictatorial; que sabían que podían perder sus vidas, en cualquier instante y lugar, y que asumen esos riesgos con la convicción de estar aportando a la construcción de un Partido Nuevo, mejor que el que existía, depurado de sus debilidades e ineficiencias.
Fue un apasionado e intransigente defensor de las tesis y orientaciones de la Dirección Nacional Clandestina de esa época (Exequiel Ponce, Carlos Lorca y Ricardo Lagos Salinas) contenidas en el controvertido “Documento de Marzo” que hasta hoy, todavía, hace temblar a algunos personajes “socialistas”.
En su condición de dirigente obrero no titubeo, ni por un instante, en hacer suyo el reto que proponía la Dirección Nacional de “construir un partido marxista leninista, destacamento de vanguardia de la clase obrera con influencia en extensas capas sociales, adaptado a las nuevas condiciones del trabajo clandestino, capaz de resistir la represión fascista y dominar a fondo todas las formas de lucha, profundamente enraizado en las masas y conductor efectivo de los combates del pueblo”.
Ramón no fue, por lo tanto, un luchador social más, ni un socialista cualquiera, fue un militante revolucionario que actuó guiado por los principios de la ideología del proletariado y el objetivo de su lucha era la construcción de una sociedad socialista.
La historia de la lucha clandestina, que aún no se escribe, consignará 1975 como el año más trágico, lúgubre y funesto para los socialistas. La detención, desaparición y muerte de un número significativo de brillantes líderes socialistas ocurre en los meses de Junio y Julio de ese año.
Septiembre fue también mes aciago para el partido en Concepción. A fines de Agosto fue detenida Alicia, encargada de comunicaciones, luego de lo cual la Dirección se reúne para analizar la ola represiva que se venia encima y se acuerda que Mauro y Ramón deberían abandonar la zona lo antes posible. Dos días después, el 5 de septiembre de 1975, Mauro es detenido y con ello se desarticula la Dirección Regional. Ramón alcanza a salir y se integraría más tarde al trabajo clandestino de la Dirección Nacional. Esa fue la última vez que nos vimos.
Estando aún en el país me enteré de su segunda detención y su posterior exilio en México, desde donde decidiría retornar a mediados de los 80 para reintegrarse, otra vez, a la lucha contra la dictadura. Como lo ha expresado con acierto su hija Mireya, “Vicente no se rindió nunca”.
Quienes lo visitaron en sus últimos días, dicen que mantenía su espíritu crítico y buscaba “una respuesta a tanta ambigüedad y traición a los postulados históricos del socialismo chileno”.
Es imposible imaginar que Vicente hubiese estado contento con toda la metamorfosis de su partido o que se hubiera sentido orgulloso de la contribución que han hecho los “socialistas” en los diversos gobiernos de la Concertación a la mantención del modelo neoliberal, que sostiene la inequidad económico social de la mayoría de los chilenos, que entrega las riquezas naturales a la voracidad de las empresas privadas transnacionales y que ha convertido la salud, la educación y la previsión social en un inmoral negocio. Jamás podría haber pertenecido a un partido que defiende la expresión más brutal del capitalismo, sistema que por estos días se cae a pedazos en todas partes del mundo.
Quizás lo que más impresiona de su vida, es la determinación y fortaleza para mantener sus ideales y su acción política hasta el final.
Ser revolucionario cuando joven es fácil, pero mantener las convicciones y el entusiasmo, a través de los años, es muy difícil. Sobre todo en esta época confusa que nos ha tocado vivir, donde las dificultades nos inmovilizan y el desaliento nos apaga la pasión por aquellas causas que antes nos hacían vibrar.
El camarada Vicente García Pincheira, con su extraordinaria consecuencia, se ubica en esa rara categoría de hombres y mujeres que luchan toda una vida. Esa elite, a la cual Bertolt Bretch llamaría, certeramente, los imprescindibles.